Por Camila Soledad Rosas Cavalla.
Cuando supe que estaba embarazada, sólo deseaba tener un niño. Quería entender que no todos los hombres podían generar cosas negativas en una mujer (a pesar de tener una excelente relación con el papa de mi hijo y actual pareja, tuve una relación violenta durante 4 años) y que yo podía hacer de este mundo algo mejor. El día que nació Santiago, mi yiyito, mi mundo comenzó a ser nuevamente de un color especial, me lo acerqué cerca de mi cara y sentí su respiración en mi cuello, esa que tranquiliza, que relaja y que anima.
Su crianza fue agotadora, a los 5 meses tuve que dejarlo donde unas tías para volver a la universidad, donde cada día era un desafío, pues él no tomaba ningún tipo de leche, solo esperaba su te tita. Así, hasta el día de hoy, después de 3 años y 5 meses sigue pegado a mi pecho, y creo que no tiene muchas ganas de dejarlo.
Ser mamá joven, me ha enseñado que la vida te entrega las cosas más maravillosas cuando lo necesitas, que te regala paciencia extrema, miedos, llantos, gritos y días en que todos ves color gris; pero a cambio, tengo un niño lleno de luz, de alegría, de sonrisas, de amor, que se siente feliz y encantado de haberme acompañado en este camino de la vida, y yo me siento muy feliz de que el haya sido mi nuevo respiro.