Por Julia Wiedmaier
Soy una persona muy ordenada, siempre lo he sido, la verdad es que de frentón asumo que sufro de TOC. En general soy muy rígida y me doy poco espacio para el «desarreglo», para la «locura» y la maternidad es una bomba atómica de sucesos impredecibles y situaciones que escapan de mi control, sin embargo, aunque me ha costado aceptarlo, he tratado de dejarme llevar por esta maravillosa experiencia. Lo que me ha ayudado en los momentos más críticos ha sido surfear la ola del caos con gratitud, agradecer.
Los primeros meses de vida agradecí por cada episodio de llanto que no sabía cómo calmar ya que si mi niño lloraba era porque estaba vivo y era capaz de avisarme que algo le molestaba.
He agradecido por cada noche interrumpida por un mal sueño de mi niño que se calma en mis brazos, cuesta agradecer el desvelo pero para mí es maravilloso tener el poder de contener a mi hijo y que él sienta seguridad en mis brazos.
Ahora que se acerca a cumplir un año, cuesta un mundo mudarlo porque no se quiere quedar quieto en el proceso, y si bien es cada vez más agotador, yo agradezco porque está sano, se puede mover y cada día desarrolla más su fuerza, motricidad y ganas de explorar el mundo.
Es difícil, no niego que muchas veces mi primer pensamiento es la rabia, pero al final del día sólo doy gracias por todos los momentos vividos, sobre todo por los menos gratos ya que son esos en especial los que me hacen darme cuenta de lo afortunada que soy de ser la madre mi cachorro.