Por Cynthia Garland
Tener a mis hijas hospitalizadas ha sido lo más doloroso que he tenido que enfrentar desde que soy madre. Ser mamá primeriza y tener esa ilusión de que todo saldrá bien y que vivirás un embarazo soñado y podrás tener un parto natural como siempre quisiste, no fue posible porque el destino me tenía otro escenario… Y muy distinto a lo pensado.
Desde el momento que supe que estaba embarazada de dos bellos bebés mi vida cambió y dió un giro por completo, cambiar mi rutina diaria y calmar mis revoluciones fue lo más difícil. Me sentí bien en un comienzo, solo con los típicos síntomas de un embarazo, náuseas, vómitos y malestares típicos. Desde el principio mi doctor nos advirtió que era un embarazo de riesgo, ya que nuestras hijas compartían la misma placenta y existían una serie de complicaciones que podían hacer que no sobrevivieran. Nuestra fé y convicción que las dos ya eran parte de nosotros, fue lo que nos dio fuerzas para ir a cada control con la ilusión de verlas crecer sanitas, pero reconozco que el miedo de enterarnos de algo grave, de repente nos invadía… era inevitable.
Pero en realidad todo cambió cuando mi panza creció y me empecé a sentir cada vez más cansada, me costaba hasta caminar, sentía una presión fuerte hacia abajo, era una de mis bellas que quería salir. A los 5 meses de embarazo mi doctor me dijo sorprendido que mi cuello del útero estaba demasiado corto. De una semana a otra todo cambió y me tuvieron que hospitalizar de urgencias para hacer un reposo absolutamente estricto, ya que un parto prematuro se acercaba.
Viviendo los días en la clínica, era contar un día más de vida para mis pequeñas. Y así pasaron 20 días.
Llegó el día que cumplíamos 28 semanas y me dieron de alta, pero con la estricta condición de reposo absoluto y que mis controles iban a ser semanalmente. Eso fue un día viernes por la noche. Me sentía bien, contenta de dormir en mi cama y sentir el calor de mi hogar.
El día domingo 20 de agosto, amanecí cansada, sin ánimo de nada, solo dormir, sentía que las bebés se movían mucho pero ya no era un movimiento que me ponía feliz, si no que me hacía sentir dolor y no sabía el porqué.
Llegó la noche de ese domingo y los dolores fueron aumentando y siendo más frecuentes, no sabía identificarlos, pero luego supe que eran contracciones, no sabía que eran así. Empecé a tomarles el tiempo y eran como reloj cada 5 minutos y duraban exactamente 10 segundos. Eran las 5 de la madrugada y llamé a mi matrona, le comenté los dolores, y me dijo que me fuera a la clínica porque estábamos en trabajo de parto…
El miedo se apoderó de mi cuerpo y mi mente, no reaccioné a poner nada en mi bolso, solo tomamos el auto y nos fuimos camino a la clínica. El Jose mi esposo, es el único que me dio la tranquilidad que necesitaba en ese momento. Íbamos con la esperanza que nos dijeran q no iban a nacer todavía. ¡No podían nacer todavía! y yo lo único que repetía era «son muy chiquititas aún».
Y llegamos a la urgencia pidiéndole al cielo que todo resultará bien.
El parto era algo real, no podíamos hacer nada para detenerlas. La Sara y la Maite querían salir a conocer el mundo. Y nacieron. Un día lunes 21 de agosto en la mañana. Junto con todos los preparativos para un parto de urgencia, mi miedo aumentaba. Llegó el momento y al fin pude escuchar un llanto, que me entregó cierta tranquilidad. Era Maite, me la mostraron de lejos mientras la limpiaban para llevársela rápidamente, esa imagen trato de borrarla porque ver a tu hija tan pequeña e indefensa casi sin poder respirar es una imagen demasiado fuerte para cualquier persona. Luego me pregunté por Sara, porque no la escuchaba todavía, nadie decía nada hasta que me dijeron que Sara necesitaba ventilación mecánica y que las llevarían urgente a la incubadora, sentía que algo andaba mal, así que le pedí a Jose que se fuera con ella y que no la perdiera de vista. Ahí asumí que no iba a poder verlas y menos sentirlas en mi pecho, como siempre quise hacerlo, pero lo importante en ese momento eran ellas y que salieran de esa emergencia…
Bueno aquí comienza un capítulo de mi vida al que me cuesta mucho detallar, no sé si quiero bloquearlo o no estoy preparada para liberarlo pero en esta confidencia trataré de contarles un poco de mi experiencia.
Mis hijas nacieron de 28 semanas y pesando solamente 1 kg cada una, lo que las obligó a tener que internarse en la uci neonatal, ahí comenzó la lucha de ellas, día a día en la incubadora, con complicaciones principalmente respiratorias. Y así pasaron los días, largos y difíciles, con algunos avances y retrocesos, pero lo más difícil de esa etapa era ir cada día a estar con ellas, y no poder llevármelas conmigo a casa, ese era un dolor en el corazón que me tenía débil emocionalmente. Pero ahí aprendí que no podía estar débil, mis hijas necesitaban a sus papás debían estar fuertes y llenos de energías que debíamos transmitirles a ellas, porque ellas desde el primer día demostraron su inmensa fuerza para luchar y seguir viviendo, nosotros debíamos hacer lo mismo.
Un día al fin llegó el momento que tanto esperaba. El poder abrazarlas y ponerlas en mi pecho. La primera vez fue con la Maite, Sara aún estaba débil y no podíamos sacarla de su incubadora. El momento con Maite fue hermoso, más hermoso de lo que imaginé, al fin sentirla después de un largo mes, poder estar cerca de ella, estar pegaditas piel con piel, fue el mejor regalo y esto sin duda nos daba más fuerzas para seguir en esto.
Esas energías debíamos transmitírselas a la Sarita que no podía salir de la uci. Con el Papi muchas veces sentimos miedo de perderla y fue un duro momento, pero juntos y con nuestro amor que es gigante decretábamos de que Sara iba a seguir a su hermanita e íbamos a salir de esto juntas.
Eran días largos, mucho cansancio físico y mental, no teníamos mucho que hacer que solo mirarlas, hablarles, cantarles, contarles cuentos y contarles que había mucha gente esperándolas afuera con mucho amor. Era nuestra manera de sentirnos cerca de ellas.
Recordando ese momento y viéndolas ahora tan grandes y fuertes me siento tan orgullosa de tenerlas, siento que son unas súper guerreras. Ellas me han enseñado a luchar y a no decaer.
Finalmente después de 93 días en la Neo pudimos irnos a casa, ya estaban respirando sólitas, habían ganados esos gramos que faltaban y tomaban súper bien pecho, era todo lo que necesitábamos para irnos. Con una alegría gigante en el corazón pudimos decirle adiós a todos aquellos profesionales que estuvieron día y noche con nuestras hijas, demostrándoles nuestro agradecimiento y dándoles fuerza para seguir con esa hermosa labor de salvar vidas de bebés tan pequeños.
Hoy Sara y Maite tienen 1 año y 2 meses de vida y son hermosas e inteligentes, sus sonrisas llenan todos los espacios. Son mi vida y por ellas daría todo y más, pero les confieso que es difícil, es cansador y muchas veces me siento sin energías para seguir. Y es ahí que las veo y recuerdo por todo lo que han pasado este año y agradezco tenerlas aquí junto a mí y a su papá, que estén completamente sanas y con muchas muchas energías de jugar todo el día..
Solo me queda agradecerle a la vida, al universo y a Dios por permitirme ser mamá de estas dos bellas niñas.
C.G.G.