Por Jona Garcés
No es fácil describir la experiencia de ser padre, porque es realmente intensa. En el proceso de crianza, hay momentos maravillosos que marcan lo más profundo del corazón para siempre, y otros instantes en que pareciera que todo anda mal, pero nuevamente, con sus vocecitas, sus risitas, sus besos y abrazos, los hijos encumbran hasta el cielo el espíritu y se renuevan las fuerzas.
Mi nombre es Jonathan Garcés, periodista Licenciado en Comunicación Social, emprendedor, y tengo dos hijos, que son mis campeones, la locura del hogar: Benjamín, de 4 años y Ezequiel, de 2 años. Son muy diferentes el uno del otro, pero junto al amor grande que se tienen y se expresan a diario, poseen algo en común que es el servicio a quienes más necesitan. Con mi esposa Griselle y un grupo de amigos, creamos en el año 2014 Fundación Sin Fronteras, que ayuda integralmente a las familias más vulnerables. Y poco a poco, desde que nacieron, integramos a nuestros hijos a este maravilloso servicio y sin obligarlos, se apasionaron por este trabajo social donde participan activamente en él.
Cada sábado, asisten con nosotros al Comedor Actos de Justicia de Puente Alto, donde atendemos a más de 50 personas en situación de calle. Benjamín y Ezequiel comparten con los niños del lugar –que viven en realidades familiares crudas- y es precioso ver que los pequeños no discriminan por la apariencia, a diferencia de los adultos, y que se consideran amigos sin miramientos. Mis hijos me acompañan a buscar a las personas en situación de calle a sus “rucas” (así les llaman a las casas que fabrican con cartones, plásticos y otros materiales que encuentran), para llevarlas a la sede vecinal donde realizamos el comedor, que no sólo entrega alimento, sino que también capacitación y lo más importante: amor en forma de amistad verdadera, sin distinciones. A veces, mientras llamamos a nuestros amigos en situación de calle, mis hijos les gritan “¡Vengan, tenemos una rica comida que darles, y además queremos estar con ustedes!”. Mucha gente acepta ir porque se conmueve con la pureza de dos niños que desean servir desinteresadamente, así que mis campeones más que una ayuda, son mis pilares en el trabajo social. C
uando agradecemos a Dios por los alimentos antes de almorzar, mis pequeños siempre recuerdan orar por nuestros amigos en situación de calle, para que tengan algo que comer y no pasen tanto frío, principalmente cuando llueve. Sus corazones ya están prendidos por el servicio al prójimo, cosa que me encanta, dado que la sociedad cada vez es más individualista y requiere de gente que se interese por los demás. Todavía no pueden participar en los servicios que también otorgamos a los niños internados en el Instituto de Neurocirugía Dr. Asenjo, porque son muy pequeños, pero llegará el momento en que, si lo deciden, apoyarán igualmente esa apasionante tarea.
Papis, mamis: les recomiendo totalmente formar a sus hijos con sensibilidad al prójimo, pues cuando sean adultos, no verán solamente por sus fines particulares, sino que velarán por el bien común que es lo que faltan tanto en nuestra sociedad.