Por Katherine Pimentel.
@fonolactancia5ta
Hace un año tuve el remezón más grande de mi vida. Estaba llegando a la semana 28 de embarazo y de pronto el tiempo se detuvo; una cesárea de emergencia, los médicos indicaron que tal vez nunca conoceríamos la causa.
No quería entender lo que nos estaba pasando, como por si fuera poco, al cuarto día de vida de nuestro hijo, nos avisaron que debóian operarlo con urgencia debido a una perforación intestinal que detectaron; sentía que me ahogaba, que el tiempo se volvía a detener, realmente pasamos por momentos muy oscuros.
La intervención fue un éxito, los médicos habían hecho todo lo que estaba al alcance de sus manos, ahora la siguiente batalla dependía de él, nuestro pequeño hijo.
Desde ese momento la palabra «fortaleza» cobró un sentido muy importante, las buenas energías, cadenas de oración y mensajes de amor por parte de nuestras familias, amigos, colegas e incluso personas que no conocemos nos hacían más fuertes.
Todavía choqueada por lo que habíamos vivido esa semana, me dispuse a buscar una agenda y a marcar en el calendario las semanas de «gestación» hasta la 40 como si aún estuviese en mi vientre.
Cada día escribía los avances que ibamos observando, la primera sonrisa, hacer canguro, llevaba el registro de exámenes, peso, talla entre otras cosas para disminuir la ansiedad que provoca el querer tenerlo en casa lo antes posible.
Es verdad cuando dicen que el cerebro de una mujer nunca vuelve a ser el mismo después del parto, hay una evolución, un salto a una gran aventura del aprendizaje más puro.
68 días pasamos en Neo, para conocer otras experiencias de mamás y sus pequeños; cada uno con su propia historia para contarla al mundo, para cultivar la paciencia, para generar un banco de leche en casa, para experimentar cambios, recuperar la fe, pero sobre todo para ser testigos del mensaje que nos entregan nuestros guerreros, darle valor a lo que realmente importa: la vida, el milagro de la vida a través del amor.