Por Maite Sánchez Fernández de la Reguera.
Ser madre sin duda es una de las experiencias más potentes que pueda vivir una mujer, claro está que también lo es para los padres, no está de más señalar que lo que quiero escribir no reporta entrar en una especie de competencia ni comparación, creo que eso sería un gran error. Tengo la convicción de que existen procesos que son muy distintos, hay una diversidad e infinitud de percepciones y realidades que más allá de si eres padre o madre, hay muchos sabores en este camino, muchas sensaciones, creencias, historias y maneras de poder vivirla. Sin embargo, creo, existen, a pesar de estos multi universos, factores comunes y que las mujeres con sentarnos un momento podemos desde lo más profundo decirle a la otra mujer; te entiendo….
En este momento siento que es importante, honesto e incluso terapéutico hablar en primera persona, y para ello daré voz a la mujer que habita en mí y que a su vez yo habito en ella. El título de este espacio de confidencia, de desahogo, de querer compartir una parte de mi vivencia como madre parte con la vida, continua con la muerte para luego dar cabida y bienvenida a una especie de nacimiento de resurrección de la mujer que soy y que evidentemente sigue y seguirá en proceso hasta siempre.
Me detengo y pienso, ¿será común entre otras mujeres este ciclo?
No puedo negar que aún queda un espacio calentito de quien era yo antes de ser madre, siguen en mi ciertos anhelos y ciertos rincones que desde que nació mi hijo Borja no han vuelto a ser.
Para mí ser madre ha sido el proceso y el regalo más maravilloso que he vivido, más movilizante, inspirador. Pero hay otra cara, hay ciertas teclas que tocan y suenan y resuenan en lo más profundo y que tienen que ver con dejar ir-te, al menos por un tiempo, es como que te cambia hasta la manera de caminar, una especie de reaprendizaje adaptativo a un cuerpo y una vida que fueron los mismos durante tantos años y que de sopetón cambió radicalmente . Una de las cosas que más ha traído consigo mi maternidad es un compromiso profundo de ser lo más coherente entre lo que digo, pienso, hago y siento, ya que asumo que ahí está la verdad de lo que le enseño y muestro a mi hijo de la vida, del mundo. (Y en ese gran desafío tengo claro me caeré unas cuantas muchísimas veces) Es aquí que surgen y me topo instantáneamente con dos palabras; miedo y valentía. Durante años algunos de mis miedos los pude disfrazar aunque suene contradictorio de constancia, de éxito, de orden, de alguna manera vivía despierta, consciente, pero también hoy puedo apreciar que un tanto dormida frente a la vida y de mi misma, y al leerme me doy cuenta que también he sido muy exigente conmigo, muy dura a veces y hoy con la maternidad y con este ejercicio de mirarme, quiero también decirme y ser capaz de abrazarme fuertemente y ser una madre cariñosa, contenedora y lo más sabia posible conmigo misma. Qué importante!
Siento que a las mujeres en este gran camino que es la maternidad hay mucha soledad, mucho eco de la propia voz que vuelve a ti misma una y otra vez sin nuevas respuestas , muchos silencios, ya que me parece existe un sistema, una cultura que pareciera no integra ni entiende la relevancia de la mujer y de la madre, y eso nos lleva a vivir procesos , duelos y decisiones que son sin duda más relacionados con lo que ocurre afuera que con algo directamente relacionado con nosotras, pero que lo terminamos viviendo como un problema nuestro y dándole a nuestro viaje de maternidad una carga de renuncia . Y el ver esto ha traído conmigo y con mis decisiones de renuncia encontrarme con la mujer valiente, la que a pesar del miedo inmenso se atreve, se mira, salta, enfrenta, pero lo más hermoso es que me voy encontrando con la mujer que sueña y que se dice a si misma se puede! A pesar de todo; TÚ PUEDES, TODAS PODEMOS.
¿Qué si es alto el costo? Sin duda, ¿que a veces no sabes por dónde partir? Cientos de veces, pero tengo la convicción que más alto y mayor será el regalo de mirarme a los ojos, a mi alma y decir lo lograste, te permitiste ser, lograste diferenciarte de lo que está afuera para volver a esa casa interna ,a ese hogar que hay en ti. Y eso es una muerte, dejar que mueran tantas creencias que día a día se presentan y se imponen como verdad.
Respiro profundo, cierro los ojos y siento el calor y la luz de permitirme renacer, de sentir una admiración que no se amiga con el ego, permitiéndome mirar a cada mujer , a cada madre con alegría, ternura, complicidad, con compasión y con empuje para decirle ; no renuncies a ti! Hay que saber dejar morir lo que tiene que morir…y sólo así podrá nacer lo nuevo. Ya es momento de volver a casa…
Maite .