Por Teresa Pimentel Bahamondes
Quiero agradecer primero, la oportunidad que se me da de contar mi historia y por leerme.
Me casé muy jovencita, Alexis mi único hijo, nació cuando yo tenía 20 años. Llegó a este mundo en una tarde primaveral de septiembre en 1994. Por fin lo tenía entre mis brazos, después de pasar por serios problemas en mi embarazo, así que mi felicidad era infinita. Desde ese momento comenzó nuestra hermosa conexión.
Cuando él cumplió sus 6 años, vino mi separación con su padre, quien se alejó para siempre de nosotros, sin volver a ver a Alexis.
Nunca tomé como opción las batallas judiciales para obligar a su progenitor a verlo o pedir su ayuda económica, en ese sentido mi camino siempre fue en solitario. Trabajé muy duro para que a mi hijo nada le faltara. Me convertí en mamá y papá de él. Aunque tampoco estuve tan sola, pues recibí gran apoyo de los abuelos paternos de Alexis y de mis padres, quienes llenaron su infancia y adolescencia, de mucho amor y cuidados, estando siempre muy presentes.
Tampoco me permití hablarle de manera negativa de su padre, lo que con el paso de los años ha ayudado a Alexis a mirarlo desde la compasión, creciendo con emociones y sentimientos sanos.
Hoy mi hijo es un joven de casi 24 años. Hace tres se convirtió en padre de mi hermosa nieta. Así reparte las horas de su día entre su hija, las clases en la universidad y su propio negocio.
Me enorgullece enormemente en el hombre fuerte que mi hijo se convirtió, pero sobre todo me inclino ante la seriedad y responsabilidad con la que tomó su paternidad. Un hombre cuya conciencia superior le ayudó a ir sanando su niño interior, perdonando la ausencia de su padre desde un sentimiento de aceptación y amor. Siendo este amor puro y esclarecido el que le permitió tomar el vuelo de la paternidad con sus propias alas, volcando todo este hermoso sentimiento en su hija y en su cuidado infinito.
Es por todo lo que he narrado en mi humilde historia, que si me dieran a elegir, volvería a tomar el mismo camino recorrido como mamá. Pues he podido comprobar por mi experiencia que el amor de una madre es capaz de hacer grandes cosas por su hijo.