«Amar… nada más importa»

Vladimir Morales Quevedo

Soy padre… y es maravilloso, es simplemente lo mejor y, a fin de cuentas, lo único que realmente importa en mi vida. Sin embargo, es la tarea más difícil que he asumido, además de asumir en plena conciencia la certeza de que ésta será para el resto de mi vida. Y es aquí donde quiero detenerme, pues entiendo que todo lo que haga o deje de hacer tendrá un posible efecto en la vida de nuestro hijo… Digo “nuestro” porque en esta bella y compleja tarea somos dos, Vanessa, la mujer que amo, y yo. Ser padre es lo más incoherente que he vivido. Por ejemplo, desde los 23 años que trabajo como profesor de educación física y entrenador de básquetbol en distintos establecimientos educacionales y he dedicado mi vida a intentar entregar posibilidades de autonomía desde el desarrollo de la dimensión motora de las personas, con que he tenido la suerte de trabajar, ya sea en salas de clases, disfrutando mi pasión en gimnasios de básquetbol y multicanchas, inmerso en piscinas, arriba de una bicicleta o disfrutando senderos de cerros… Así también, por tanto, me he dedicado a estimular el desarrollo motriz de mi hijo, pero me aterra que se caiga y estoy encima de él todo el tiempo que estoy con él… Cada vez que emocionado corre hacia algo y en el trayecto a ese algo hay un escalón o un desnivel, una sensación helada congela mi espalda y me hace correr hacia donde se mueve Luis para tomar su mano y ayudarle a bajar. Sé que lo cuido, que evito golpes innecesarios que podrían ser graves y alterar su desarrollo, pero por favor, lo sé, no puedo ser tan sobreprotector y transmitirle miedo… Cuidar de esta forma a mi hermoso hijo me nace desde el corazón, no sé si es la expresión de mis carencias o es una característica de mi exacerbada preocupación, sólo espero que no perjudique la autonomía de Luis. Yo sólo quiero que mi hijo sea feliz, sano, curioso y reflexivo… no deseo que haga algo en particular. Estoy claro que él no viene a este mundo a cumplir mis sueños frustrados, sino que yo sólo soy una parte de la excusa por la que él llego a la vida y mi misión es amarlo sin límites ni condiciones.

En la crianza que me corresponde, y sólo hago esta individualización con fines pedagógicos pues sabemos con Vanessa que tenemos una bellísima responsabilidad compartida, yo parto por algunos principios simples, a saber: 1. Luis aprende de mi ejemplo, debo ser cuidadoso en lo que hago y dejo de hacer.

  1. Luis no sufrirá golpes físicos.
  2. El amor todo lo puede, aunque sus “resultados” pueden verse muy alejados en el tiempo.

El primer punto ya me da pavor: ¿seré un ejemplo para mi hijo? O ¿seré el ejemplo que necesita? Espero en el tiempo ser parte de ese modelo de persona en el que él se proyecte para ser autónomamente feliz. En el segundo punto, sólo sigo lo que aprendí de mi padre y lo que ampliamente han visibilizado diversos estudios. Yo no quiero que mi hijo sea violento o prepotente en la interacción con los otros y otras que compartan espacios y momentos, y tampoco quiero que él calle o normalice ese tipo de conductas de otros u otras con que comparta esos espacios y momentos que construyan su vida. En el tercer punto, no veo mejor descripción que lo que me ocurrió durante el funeral de mi padre, cuando un amigo de él, cantó una canción que en uno de sus versos decía “… ama si quieres comprender, ama y todo cambiará”… Creo que ningún factor del desarrollo de mi hijo está bajo mi control, que haga lo que haga no me garantiza nada y que su felicidad es independiente de la mía… y que en mi vida sólo puedo controlar mi capacidad de amar y estar para mi hijo. Con Vanessa creemos en eso, todo lo cotidiano debemos siempre generarlo desde el amor profundo, verdadero, inexplicable que nos inspira nuestro hijo… si alguien tiene otra recomendación recibiré con cándida esperanza su comentario, por ahora me quedo con lo que leí en “Más allá del bien y del mal” de Friederich Niesztche: “todo lo que se hace por amor, está más allá del bien y del mal”. Vladimir Morales Quevedo Papá feliz.