Por Patricio Vergara
Estaba acostumbrado a utilizar todo nuestro espacio en la casa, a tener todo en un orden específico, nuestros chiches y objetos más preciados sobre mesas de centro y arrimos, mi tablero de ajedrez armado, los vasos que trajimos de algún viaje o los magnetos pegados en el refrigerador, mi tablet en el velador, mis libros de arquitectura y naturaleza en la sala de estar, tijeras y alcohol en el baño, todos los artículos de limpieza bajo el mueble del lavaplatos y de un día para otro tuvimos que estratificar nuestra casa, todo lo que estaba a un metro del suelo se convirtió en un peligro potencial en las manos de nuestro hijo. Es un cambio en la estructura y funcionalidad de cómo ordenamos ahora nuestras cosas, tuvimos que acostumbrarnos a habitar nuestra casa de una manera distinta y a que nuestras cosas más delicadas y peligrosas para un niño, ahora bebemos alejarlas de su alcance incluso llegando a tener que deshacernos de algunos muebles con vidrio o cantos pronunciados.
Ahora somos nosotros los que tenemos que andar con mucho cuidado y caminando sobre un campo minado cubierto de juguetes y autitos regados por todas partes, las paredes de la casa se volvieron un lienzo de dibujos y aunque al principio lo tomamos con cierto rechazo ahora me encanta.
Así como nuestros espacios tuvieron que adecuarse a un nuevo integrante inquieto que realmente aprovecha los espacios y todo lo que le llama la atención; yo como persona sufrí cambios importantes en mi estilo de vida.
Poner los pies en el suelo
Es curioso como sin que lo vea venir cambió mi estilo de vida, de cómo veo las cosas, mi actitud hacia el peligro y a las consecuencias de lo que me pase. Antes de mi hijo, andaba literalmente por las nubes sin que mucho me importara las consecuencias de mis actos, saltar en bungy era desafiante, andar en moto y esa sensación del viento cuando vas un poco más rápido de lo recomendado, salirte de la pista si vas a la nieve, hasta manejar de noche después de un carrete con amigos, son cosas que no te cuestionas porque la adrenalina tiene esa cosa adictiva, analizando con más detención hasta en cierta medida mostraba mis cicatrices y comentaba sobre mis prótesis por accidentes casi con un poco de orgullo, incluso pensaba si me pasa algo más grave y no despertaba no era tan malo porque lo había pasado bien.
Ser papá es mi cable a tierra, porque me hizo pasar al otro extremo donde se fue la adrenalina y apareció el miedo. Ahora hacer cosas que pudiesen impedirme verlo crecer es algo que no podría perdonarme nunca, ni en esta vida ni en la próxima (si es que existe) abandonar a un pequeño que requiere y entrega mucho amor.
Ahora lo que más disfruto es cuando él quiere desafiar los espacios, sentir adrenalina y querer saltar cada vez más alto o trepar cosas más inclinadas o incluso atreverse a tirarse piqueros, amando el agua congelada y dispuesto a correr y bailar aunque esté muy cansado.
Me encanta sentir que ahora yo soy parte de su cable a tierra y que puedo acompañarlo en experimentar su metro sobre el suelo, siempre admirando su capacidad de aprender tan rápido y querer experimentar todo lo que le parece entretenido. Me puedo ver reflejado en él y sentir que toda mi experiencia puedo ocuparla a favor de que él sepa que enfrenta al mundo acompañado y que para él no habrá límites.
A un metro del suelo